retiro en la puerta A08 | retreat at the gate A08
cuarto día en un retiro de escritura. | fourth day in a writing retreat.
ATTENTION: If you cannot read the entire newsletter in the email, click on “View entire message”.
(English text below - click here to proceed to Gate A08)
Puerta A08
Escribo esto en la tarde del cuarto día de un retiro de escritura. Somos 14 personas conviviendo juntas en una casa de piedras y madera, una antigua granja reformada que probablemente sea uno de los lugares más acogedores en los que he estado. La chimenea está encendida. Fuera hace frío. Miro a mi alrededor y veo a cinco mujeres escribiendo. Parecen inmersas en sus historias mientras yo no sé qué escribir, y por eso escribo sobre ellas.
Ya me he desconcentrado. Acabo de dejar el móvil. Vuelvo a ello. Lo intento.
La experiencia está siendo increíble: estar en un lugar donde no tengo que preocuparme de nada más que de escribir. No hay que cocinar, ni recoger, ni lavar ropa. Escribir y hablar con la gente en los momentos de descanso. Ni siquiera estoy obligada a escribir si no quiero. Puedo leer. Puedo dormir. Puedo pasear. Puedo hacer lo que quiera con mi tiempo. Siento que tengo todo el espacio del mundo a pesar de estar encerrada en el mismo lugar con la misma gente todo el día. La energía que me rodea es cálida e inspiradora. Las personas, igual. Puede que se hayan hecho un hueco en la lista de mis personas favoritas del planeta.
Una de ellas decía que su amigo le había preguntado si no estaba agobiada de estar con tanta gente desconocida. Ella le había contestado que cómo iba a agobiarse si estaba rodeada de personas que querían hablar de las cosas que ella quería hablar todo el rato —casi como si nos hubiesen hecho un test de compatibilidad antes de venir. Y lo cierto es que gran parte del día ni hablamos. Simplemente compartimos un espacio y, sin necesidad decir nada, nos damos apoyo mutuo. Es un trabajo individual en equipo.
Cada quien está trabajando en su proyecto, intentando darle forma a su historia. How was your writing today? te preguntan al final del día. Alguien ha conseguido acabar un capítulo de su novela, alguien ha reestructurado y editado, alguien ha terminado su relato, alguien ha escrito 7.000 palabras. Yo no tengo una historia en la que trabajar. Escribo nonfiction, escribo textos, escribo artículos, escribo essays. Uso la palabra essay en inglés porque decir que escribo ensayos se me queda grande, aunque según la RAE un ensayo es “un escrito en prosa en el cual un autor desarrolla sus ideas sobre un tema determinado con carácter y estilo personales”. No puedo decir que esto no sea lo que yo hago.
El primer día fue bien. Escribí un texto titulado La maternidad no es mi imperio romano que algún día verá la luz. El segundo día estuve trabajando en la newsletter de Aquí no hay vermut y programé un par de posts para Boarding Gate. He estado leyendo muchas newsletters y artículos, intentando inspirarme. No con demasiado éxito, pero pensando: “esto también podría escribirlo yo”. Demuéstramelo, me digo. Escribe algo. Algo. Me planteo escribir un relato corto de ficción. Me siento incapaz. Me digo que no tengo imaginación.
Ha oscurecido mientras escribía esto. No son ni las cinco y media de la tarde.
Nos decimos que qué guay sería vivir así, en medio del campo, con nada más que hacer que escribir. Yo busco cuánto costaría pasar una semana en esta casa por mi cuenta y qué días está disponible. Me lo planteo seriamente. Agradecemos habernos tomado enserio, haber invertido nuestro tiempo y dinero en algo que a ojos externos pueda no tener sentido. Pero aquí no tenemos que justificarnos, todas entendemos por qué estamos aquí. Nos preguntamos si creemos que seguiremos escribiendo al volver a nuestras vidas. Lo cuestionamos fuertemente. Queremos creer que sí, aunque sea un poco, pero luego pasa lo que pasa: la vida pasa. Life happens.
He tenido mucho tiempo para pensar —todo el tiempo que no he estado escribiendo, de hecho. Gran parte de ese tiempo he pensado en por qué hago esto, por qué escribo, por qué necesito compartirlo. Y no he conseguido llegar a una conclusión. Cuando me planteo “¿qué es lo que me mueve a escribir y tener que compartir?” me siento tan egocéntrica que lo dejo de estar.
“Escribo para escapar, para evadirme”, dicen en general las personas que escriben ficción (de las que estamos aquí, son unas 12 de ellas). Yo me doy cuenta de que escribo para lo contrario. Escribo para sentirme, para vaciarme, para revivir y grabarme en el hipocampo lo que está pasando. Escribo para rebañar la vida.
Hace una hora sentía que no tenía nada que escribir, nada interesante que poner en palabras. Entonces he mirado a mi alrededor y me he dado cuenta de que el lugar de donde saco la inspiración es el lugar en el que estoy. Es el fuego, las piedras, la calidez, el sonido de los teclados y las mujeres a mi alrededor. Es el ahora, es lo que pasa, es lo que vivo. No tendré historias en mi cabeza, pero tengo una historia. Siempre hay algo que vale la pena observar. Siempre hay algo que contar. Incluso cuando lo que estoy viviendo no se puede describir con palabras. No sé cuánto valor tiene este ensayo, pero al menos he escrito algo.
Gate A08
I’m writing this on the afternoon of the fourth day of a writing retreat. There are 14 of us staying together in a house of stone and wood, a renovated old farmhouse that is probably one of the coziest places I’ve ever been. The fireplace is lit. It’s cold outside. I look around and see five women writing. They seem deeply immersed in their stories, while I have no idea what to write—so I write about them.
I’ve already lost focus. I put down my phone. I’m back. I’ll try again.
This experience has been incredible: being in a place where I don’t have to worry about anything but writing. No cooking, no cleaning, no laundry. Just writing and chatting with people during breaks. I’m not even obligated to write if I don’t want to. I can read. I can sleep. I can take walks. I can do whatever I want with my time. I feel like I have all the space in the world, even though I’m in the same place with the same people all day. The energy around me is warm and inspiring. The people are, too. They might have earned a spot on my list of favorite people on the planet.
One of them mentioned that her friend had asked if she wasn’t overwhelmed by being around so many strangers. She replied, “How could I be overwhelmed when I’m surrounded by people who want to talk about the things I want to talk about all the time?”—almost as if we’d all taken a compatibility test before coming. And the truth is, we don’t even talk for much of the day. We simply share a space, and without saying a word, we support each other. It’s individual work done as a team.
Everyone is working on their own project, trying to shape their story. How was your writing today? they ask at the end of the day. Someone managed to finish a chapter of their novel, someone restructured and edited, someone finished their short story, someone wrote 7,000 words. I don’t have a story to work on. I write nonfiction; I write texts, articles, essays. The word essay in English sounds softer to me than if I say ensayos in Spanish, it feels too ambitious, even though, according to the RAE, an essay is “a prose work in which an author develops their ideas on a specific topic with personal style and character.” I can’t deny that this is what I do.
The first day went well. I wrote a piece titled Motherhood Is Not My Roman Empire, which will see the light of day at some point. On the second day, I worked on the Aquí No Hay Vermut newsletter and scheduled a couple of posts for Boarding Gate. I’ve been reading lots of newsletters and articles, trying to find inspiration. Not with much success, but thinking, I could write this too. Prove it, I tell myself. Write something. Anything. I think about writing a short fiction story. I feel incapable. I tell myself I have no imagination.
It got dark while I was writing this. It’s not even 5:30 p.m.
We talk about how amazing it would be to live like this, in the countryside, with nothing to do but write. I look up how much it would cost to spend a week in this house on my own and check availability. I’m seriously considering it. We are grateful for taking ourselves seriously, for investing our time and money in something that, to outsiders, might not make sense. But here, we don’t have to justify ourselves—everyone understands why we’re here. We ask ourselves if we think we’ll keep writing once we go back to our lives. We question it deeply. We want to believe we will, even just a little, but then life happens.
I’ve had a lot of time to think—basically all the time I haven’t been writing. Much of that time has been spent wondering why I do this, why I write, why I feel the need to share it. And I haven’t been able to come to a conclusion. When I ask myself, What drives me to write and share? I end up feeling so egocentric that I let it be.
“I write to escape, to get away,” say most people who write fiction (here, it’s around 12 of them). I realize I write for the opposite reason. I write to feel, to empty myself, to relive and engrave in my hippocampus what’s happening. I write to scrape every last bit out of life.
An hour ago, I felt like I had nothing to write, nothing interesting to put into words. Then I looked around and realized that the place where I find inspiration is the place I’m in. It’s in the fire, the stones, the warmth, the sound of the keyboards, and the women around me. It’s the present moment, what’s happening, what I’m living. I may not have stories in my head, but I have a story. There’s always something worth observing. There’s always something to tell. Even when what I’m living can’t quite be captured in words. I don’t know how much value this essay has, but at least I’ve written something.
Precioso amiga
¡Qué sitio tan mágico!